La incorporación de la mujer al consumo de tabaco inició como una muestra de la liberación femenina, donde se consideró que fumar era un signo de igualdad entre hombres y mujeres. Asimismo, la incorporación de las mujeres al ámbito laboral y acciones en pro de los derechos de las mujeres estimularon que las mujeres se adentraran al hábito de fumar.
La industria tabacalera incrementa anualmente la inversión en publicidad dirigida especialmente a la mujer joven y a los/las jóvenes y niños/as para transformarlos en nuevos fumadores.
En México, de la población de 12 a 65 años, 18.5 por ciento reportó ser fumador activo, lo cual representa cerca de 14 millones de mexicanos fumadores; 17.1 por ciento corresponde a ex fumadores y 64.4 por ciento no había fumado. El consumo de tabaco en los hombres fue de 27.8 por ciento y de 9.9 por ciento en las mujeres, según la Encuesta Nacional de Adicciones 2008.
Los fumadores activos de entre 12 y 65 años iniciaron el consumo diario de cigarrillos a los 16.7 años, en promedio; los hombres a los 16 años y las mujeres a los 18 años. La edad promedio de consumo de tabaco por primera vez en la población adolescente fue de 13.7 años.
Las dos razones más importantes para el inicio del consumo de tabaco fueron la curiosidad y la convivencia con fumadores.
Algunas mujeres adolescentes se inician en el tabaquismo porque piensan erróneamente que les ayudará a controlar su peso o son influidas por diferentes factores culturales, psicosociales y socioeconómicos. El consumo de tabaco en mujeres adultas está más relacionado con estados afectivos como depresión, estrés y ansiedad, motivos por los cuales se refugian en el consumo de adicciones, siendo un escape a las condiciones agobiantes que viven, en el ámbito laboral, familiar y la doble jornada de trabajo.
La epidemia del consumo de tabaco se caracteriza por desarrollarse en varias etapas. En la primera, el consumo de cigarros en los hombres es considerablemente mayor al de las de las mujeres. Sin embargo, después de un período de 10 a 20 años, los índices de tabaquismo de las mujeres aumentan cada vez más rápido hasta que hombres y mujeres registran los mismos hábitos de consumo.
En el ámbito nacional, los fumadores activos fuman siete cigarrillos al día en promedio; los adolescentes cinco cigarrillos y los adultos siete. La duración promedio del hábito de fumar diariamente en los adolescentes (12-17 años) fue de 2.2 años y de 11.4 años en los adultos (18-65 años).
Según la Organización Mundial de la Salud, las mujeres se enfrentan a las mismas complicaciones del consumo de tabaco que los hombres, tales como las enfermedades cardiovasculares, cáncer y enfermedades respiratorias crónicas. Sin embargo, algunas de estas complicaciones son más severas en las mujeres. Adicionalmente, en las mujeres fumadoras se afecta el sistema óseo y el sistema reproductivo. Las consecuencias del cigarrillo sobre la población femenina son más aún devastadoras que en los hombres, porque tienen más probabilidades de sufrir esterilidad y problemas para concebir. Fumar durante el embarazo aumenta los riesgos de parto prematuro, mortinato –producto nacido muerto- y muerte del recién nacido, y puede disminuir la producción de leche materna, además de aumentar el riesgo de muchos cánceres de la mujer, en particular el del cuello uterino.
El hábito de fumar es responsable de aproximadamente un 87 por ciento de las muertes por cáncer de pulmón, uno de los cánceres más difíciles de tratar. Este tipo de cáncer es la segunda causa de muerte por cáncer entre los hombres y la tercera en el caso de las mujeres, según cifras del Instituto Nacional de Cancerología.
El sector salud destina al año aproximadamente 30 mil millones de pesos, 0.3 por ciento del producto interno bruto, en la atención y tratamiento de pacientes que presentan enfermedades relacionadas con el tabaco, de acuerdo con el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias.
Es necesario mejorar la calidad de vida y condición de las mujeres para disminuir las desventajas de género, fomentar el valor de la salud y fortalecer su autoestima en todas las etapas de su vida. La equidad de género exige que las políticas, estrategias y programas de prevención y atención de las adicciones integren las medidas necesarias para abordarlas adecuadamente.
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