“Es cierto, el libro electrónico abarata los
procesos de edición, permite racionalizar los tirajes, resuelve todo ese
problema que plantea la distribución (es maravillo poder comprar un libro
editado en otro lugar del mundo y que esté en tu ordenador un segundo más
tarde), facilita el acceso de nuevos autores al mercado editorial y todo eso es
inmejorable”, señaló el escritor español Jesús Marchamalo durante la
conferencia magistral “Nostalgia de los libros” que ofreció como parte de las
actividades del Segundo Simposio Internacional del Libro Electrónico.
En el auditorio Jaime Torres Bodet del Museo
Nacional de Antropología, la mañana de este jueves 13 de septiembre, el autor
de La tienda de las palabras y Las bibliotecas perdidas no dudó en afirmar que
libro electrónico es funcional, cómodo para viajar y ligero, pero también cree
que algo de la lectura se perdería con lo electrónico: la parte sensual que
tiene que ver con los olores, el tacto, las páginas dobladas, las notas, las
dedicatorias y las flores prensadas.
Marchamalo destacó que vivimos en una
sociedad donde se ha aprendido a convivir de forma natural con la tecnología.
“Hemos visto cómo la tecnología entra con tranquilidad y naturalidad en
nuestras vidas, y creo que esas fronteras entre los tecnológicos y los antiguos
son cada vez más difusas”, apuntó en el evento organizado por el Conaculta a
través de la Dirección General de Publicaciones.
“Confieso que nunca me he negado al libro
electrónico, nunca me ha parecido una amenaza y pienso que presenta indudables
ventajas. Soy de la generación que ha pasado sin despeinarse de la máquina de
escribir al ordenador personal, de los LPs al MP3, de aquellos teléfonos
heraldos a los smartphones”.
El ganador del Premio Ícaro de Periodismo en
1989 se refirió a la cantidad de libros que reconocidos escritores, como
Vicente Aleixandre, Azorín y Miguel de Unamuno, llegaron a tener en sus
bibliotecas personales.
“Los libros van y vienen, cruzan fronteras,
cambian de dueño. A menudo aparecen cruzados en los estantes, amontonados, en
doble fila, se esconden detrás de un universo caótico de fotos, postales,
avioncitos, cajas, barcos y cuadritos de todo tipo.
“El problema de los libros es que ocupan
sitio casa, acumulan polvo, sus cubiertas pierden con el tiempo prestancia, el
papel amarillea y se vuelve quebradizo y acaban en las casas más tarde o más
temprano por el suelo, trepando por las paredes, se desparraman, ocupan
sillones, las mesas, y cuando uno quiere darse cuenta es demasiado tarde, toda
la casa está fatalmente tomada por los libros. Ante estas bibliotecas, las
visitas preguntan si se ha leído todo”, expresó.
Entonces recordó que el escritor mexicano
Octavio Paz perdió sus libros en un incendio en 1996, ante lo que el autor de
El laberinto de la soledad declaró: “Los libros se marchan como se marchan los
amigos”.
Las bibliotecas personales, comentó
Marchamalo, no sólo hablan de “los lectores que somos, sino de los lectores que
fuimos y aquellos lectores que quisimos ser”, como decía Borges: “Uno es lo que
siempre lee”.
Confesó que le gusta comprar obras en las
librerías de viejo, por esos secretos, misterios y milagros que a menudo se
encuentran dentro de las publicaciones: En libros que fueron de Julio Cortázar
se observan marcas, opiniones respecto al trabajo de los autores y hasta
regaños dirigidos al editor, y Sergio Pitol guardaba dinero en los libros por
lo complicado que era abrir cuentas en el banco.
“Alguna vez pienso en mis propios libros (de
su autoría y favoritos) y en cómo pueden también acabar en alguna librería, y
fantaseo en qué podrán pensar estos hipotéticos futuros lectores, cuando den
con mis libros y encuentren en ellos
este paraíso de notas, firmas, billetes de cine, metro, teléfonos, papelitos.
“Gente razonable me pregunta qué sentido
tiene guardar libros que ya se han leído, para qué amontonarlos, a lo que
respondo que adornan y dan un cierto empaque cultural”.
Finalmente, Marchamalo señaló que las
personas le insisten en que lo importante de los libros es la literatura: “Es
verdad, aunque nunca es del todo cierto, los libros guardan también las notas,
el subrayado, los papeles que uno deja entre sus páginas, las notas de
librería, las entradas del cine y del museo y, a veces, sólo a veces, dinero”.

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